—¿Qué
quieres? —pregunta mientras intenta desenrollar inútilmente el cordón del
teléfono.
—¿Qué
haces? Mi amor —contesta una voz masculina desde el otro lado de la línea.
—¿Qué tú crees? —Suelta el cordón del teléfono y
limpia la brocha que tiene en su otra mano en su delantal.
—¿Pintando?
—Sí —contesta ya harta de escuchar la voz de
estúpido de su marido.
—Te extraño… mi caramelo de chocolate.
—¿No me extrañaste cuando te estabas revolcando con
Cristina en el taller? Gordo cabrón —se queda quieta esperando la respuesta
para seguir descargando el enojo.
Escucha el eco de la música que ella tiene puesta a
través del teléfono. Le da rabia el hecho de estar separada del, por tan solo
un par de paredes.
—Perdóname. Abre el portón del túnel.
—No soy tan pendeja.
—Es solo para que vengan los perros. Me siento solo
—se escucha su acostumbrado llanto fingido.
—Mejor te envió a Fulang Chang, para que te arañe esa
cara de sapo que tienes —ella se ríe mientras que se rasca el cuero cabelludo
entre las trenzas que siempre lleva.
—Ese mono es el diablo.
—Es cien veces más fiel que tú.
—Fue solo un desliz.
—De tanto desliz se te va a secar el camote —los
pies se le mueven solos de la ansiedad—. Estoy ocupada. Tengo que colgar.
—Te amo —la voz gruesa le susurra con dulzura.
—Sí. Ya lo sé. Adiós.
Ella cuelga de cantazo para desquitarse con algo.
Vuelve al lienzo caminando entre los perros que buscan juego. En la pintura que
trabaja, él la agarra de la mano mientras que en la otra sostiene una paleta de
pintar junto a unas brochas.
Derechos Reservados © Alexis Aguirre Rivera
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