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Alicia en el fin de su vida



Hay personas
que nos inundan con tanta paz
que deseamos morir entre sus brazos.
Para Omar-Sharriff.

De repente, Alicia despierta de nuevo dentro de su cabeza, dónde viajó por primera vez hacía más de sesenta años bajo las influencias fantasiosas de su padre. La consideran en esta dimensión una mujer mesías que regresa en el peor momento a solucionar las adversidades de la manera más justa posible.
La primera vez llegó tiritando de fiebre. La segunda, cuando cayó bajo una intensa curiosidad por la madriguera de un supuesto conejo con reloj en el bolsillo. Esta vez es a través de un suicidio asistido después de luchar con el horrible dolor de un cáncer terminal.
~♥~
Abre los ojos mientras flota dentro de una inmensa taza de té, ¿o tal vez la diminuta es ella? El agua ya está fermentada, las hojas de menta han estado expuestas al calor. Una membrana gelatinosa la salva de no ahogarse. Vestida con un traje hecho con la tela sintética de las batas del hospital, observa con la cara arrugada al hombre que siempre ha prometido esperarla por toda la eternidad. Nada muere en su mente, se petrifica a la ausencia de movimiento; solo vuelve a la normalidad cuando ella lo piensa. Algo que no es posible debido al Alzheimer. Claro, descartando al Sombrerero, el amor de su vida.
Alicia se sienta con temor de que la membrana se rompa, pero incluso las hojas de menta bajo el revestimiento le impiden mojarse. El ambiente se siente desolado; un calor impertinente que resalta el estado postapocalíptico que ha producido su cáncer.
Al ver que su único anfitrión no despierta, se acerca al filo de la taza y le lanza un ligero cubito de azúcar.
—¡Thoooomaaaas! ¡Despierta, alocado Thomas!
El Sombrerero despierta estrujándose la cara, desorientado. Entre sus ojeras arrugadas y los dedos quemados por el mercurio comienza a ver el milagro de su vida.
—¿En realidad ha regresado mi muchuosa amiga? —Thomas se sigue estrujando los ojos sin creer lo que ve—. Digo, la realidad dentro de la mente de la gran Alicia.
Se ruboriza de la alegría mientras percibe el calor de la sonrisa de la anciana.
—Te dije que no existen las despedidas; al menos no para mí.
Thomas acerca el rostro a la taza para observar con atención cada uno de los detalles de la figura de Alicia.
—¡A pesar de todo el tiempo transcurrido te ves igual que siempre!
—Oh. No le mientas a esta anciana —Ella también observa sus brazos arrugados.
El Sombrerero nota el reflejo de los pómulos surcados en una cuchara de plata y se observa con nostalgia.
—Yo también lo estoy —mira las venosas manos que decide ignorar para acercarse a la taza—. Pero vamos a olvidarnos de ese detalle y mirémonos con los ojos del alma, cómo la última vez que nos vimos.
Alicia le muestra los dientes amarillentos con una sonrisa inmensa.
—¿Acaso no tendrás un pedazo de Upelkuchen?
—¡Pues creo que tengo una pisca por aquí!
Thomas abre la tapa de uno de los anillos y le entrega una migaja de pastel, que a ella se le hace más grande que el propio puño.
—¿Cómo volviste?
Alicia muerde un pedazo de la migaja y crece repentinamente al mismo tamaño que el Sombrerero; rompe la taza, tumba la mesa, cae desnuda sobre el cuerpo de Thomas y destroza la silla donde este estaba sentado. Ella ríe a carcajadas frente a la mirada de asombro de su amigo mientras se cubre los senos y genitales con las manos.
—Hablamos de eso luego, ahora hazme un vestido. Por favor.
Thomas agarra del suelo un mantel blanco con corazones rojos y le devuelve la misma sonrisa emocionada que le regala Alicia.
—Creo que los corazones favorecerán hermosamente figura.
—Seré la nueva Reina de Corazones.
Alicia toma el mantel de las manos del Sombrerero para cubrir la desnudez. Luego de mirarlo con una ternura infantil se desmaya repentinamente sobre su desnutrido cuerpo.
~♥~
Alicia despierta olfateando un rico olor a hierba silvestre y fruta fresca, sobre una sábana rosada en un llano con la vista panorámica de un lago azul turquesa. Junto a ella, Thomas duerme con la paz que le falta a la humanidad.
Descubre que está vestida con un esponjoso vestido acorazonado; lleno de volantes y cintas, que solo pudo haber salido de la mente del Sombrerero. Al lado de su acompañante hay una larga bandeja de porcelana blanca repleta de un surtido de comestibles sacados del más increíble y fantasioso libro de recetas: algodón de carne de res, plátanos de menta, flan de hongos, entre otros.
Estira su cuerpo sobre Thomas para agarrar unas fresas que le hacen agua la boca de solo mirarlas, pero repentinamente despierta con una somnolencia tan inmensa como el lago que observan.
—¿Despertaste dentro de este magnífico sueño?
—Realmente no estoy dormida.
—¿Y cómo pudiste volver? —pregunta con interés mientras agarra unas almendras.
—Fallecí —Alicia contesta con tristeza antes de volverse a acostar boca arriba sobre la sábana para ver las nubes desvanecientes que pintan el azulado cielo.
—En el verdadero mundo, las personas mueren. Luego de nacer, lo único seguro en el transcurso de la vida es la muerte —explica tratando de dominar el recurrente nudo que aparece en su garganta—. Pero las que son como yo elijen la muerte para evitar una vida infeliz con dolores incontrolables; mientras la medicina moderna juega con tu organismo para evitar el deceso inevitable.
—Es inmensamente quebrantable —él susurra mientras sus verdes ojos se inundan de agua de coco.
Alicia se incomoda al sentirse observada por los ojos desbordados de lágrimas de Thomas.
—Pero no volví para estar conmovida por nostalgia y tristeza —dijo Alicia.
—Es la primera vez que escucho esas palabras y el sentimiento que causan en mí no es confortable.
Alicia se sienta en la pelvis diminuta del Sombrero, mientras este la espera, hipnotizándola con los ojos relucientes que se acercan a pocos centímetros.
—Volví a hacer lo que nunca pude en vida —ella menciona.
—Creí que te habías marchado para alcanzar tus sueños en una vida normal. Esta vida no es real y todo lo que existe en este mundo se desaparece en un parpadear.
—Descubrí que la vida real solo limita tus alegrías. Debes conformarte con lo que está disponible sin la posibilidad de crear tú mismo la felicidad.
—¿Entonces volviste para experimentar lo irreal y ver hacia tu interior por última vez?
—Así es. Adivina de qué se trata.
—Mi mente alocada está demasiado distraída para tantos acertijos —dice Thomas.
—Ver la última gama de color junto a ti. El amor verdadero que creé en mi infancia y siempre estuvo en mi mente. Solo esperaba a que me diera cuenta de que no debo buscar afuera lo que llevo dentro.
Luego de estas palabras, Alicia besa a Thomas como no lo pudo hacer en tantos años. Provoca que la inocencia la inunde comenzando por los labios hasta albergar todo su cuerpo con la idea más certera de todas, su propio final.
De un momento a otro, desaparece la sábana donde están tendidos y todo lo que los acompaña, incluso la ropa. La hierba sube y los cubre por completo, impidiendo la vista de todo a su alrededor.
Alicia y Thomas nadan sin gravedad. Florecen capullos entre las largas hojas, inundando sus miradas coquetas de flores de miles de colores por ver.
Luego de lo que parecen horas de nadar, los viejos cuerpos no soportan más el esfuerzo físico, se quedan observándose uno al otro en posición fetal. Esperan lo que nunca va a suceder. De sus cráneos salen unos pequeños hongos color rojo con puntitos blancos. Coronan las cabezas diseñando perfectos arreglos entre los cabellos.
Ambos toman un hongo de sus cabezas para dárselo de comer al otro. Se sorprenden al ver que luego de unos minutos de paciente expectativa, todo a su alrededor se deshace en millones de partículas. Ante el miedo de perderse se abrazan hasta descomponerse juntos en miles de luces alegres que juegan antes de enfriarse dentro del cerebro muerto de Alicia.


Derechos Reservados © Alexis Aguirre Rivera

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