Ir al contenido principal

Príncipe Cósmico 5: Fuera de órbita


Ahora los nervios lo pusieron nudo empezando una conversación física acompañada de nuestras sonrisas, hasta que tomé uno de los chocolates “Ferrero”, lo abrí, lo puse en su boca y con un beso me comí la mitad del dulce.
Por su cara supe que le había encantado. Pareció que le había tocado una fibra emocional. Luego de otro beso, me mencionó que era nuevo y emocionante para él el hecho de que no me molestaba besarlo en público. Y le respondí que no salí del “clóset” para estar escondiéndome. Si había amor teníamos que demostrarlo, no hacíamos nada malo.
Vi que ya estaba acabándose la taza de whisky, le di otro traguito, pero no lo toleraba. Se lo dije y él lo acabo por mí, no estaba acostumbrado a beber así.
Seguimos hablando entre besos hasta que oscureció y entramos para buscar algo más de beber; pero el deseo fue tanto que comenzamos a besarnos hasta que terminamos intimando.
Como nos sentíamos tan bien juntos caí en una catarsis y le dije que me sentía tan bien, que, aunque fuera muy pronto, quería que fuera mi novio. Él aceptó con una sonrisa, que me hizo tan feliz que me lo comí a besos.
Esa noche disfruté besando sus labios, los grandes cachetes, su redondita nariz, sus ojos brillantes, su cabecita peluíta y su ancho torso sudado.
Físicamente era mi hombre perfecto y su cariño me llenaba el alma.
Continuará


Derechos Reservados © Alexis Aguirre Rivera

Comentarios

Entradas populares de este blog

Muerte para el Conejo

A mi Madre, porque bloqueas el dolor en tu mente  por mantenernos de pie, cuando casi siempre no lo merecemos . A Conejo le duele intensamente la prótesis que le habían puesto hace más de cuarenta años. Le retuerce los nervios que le quedan llevándolo a desear la peor de las muertes; pero a la leve sospecha de un intento de suicidio lo enviaran directamente al Laboratorio Obligatorio. Hoy, como todos los días desde su adolescencia, tiene que trabajar en el Centro del Correo. Siempre hay algo que enviar o recibir. Así que; con el poco medicamento que le recetan, se quita de la mente el dolor y sale de su cubículo metálico. En el Tecno-Bosque siempre hay silencio. La ausencia del sonido no solo es una imposición del Gobierno Científico; sino que también gracias al continúo fallo de sus tímpanos a través del largo tiempo de vida que tiene (y que le obligarán a vivir) ya ha dejado de percibir las ondas sonoras que existen en el exterior. Mientras brinca con sus prótesis

Entre sus raíces

La escuch é  como si fuera un susurro que golpeaba los arboles del abandonado bosque del Yunque. Lo exploraba para sumergirme en las aguas frías de las que se hablaba cuando la isla estaba en condiciones de tener civilización. Corrí evitando las grandes raíces que sobresalían del suelo. Lo que estaba escuchando era mortal. Tenía que huir. Caí contra el suelo al tropezarme con una gran raíz de roble. No solo era un roble, tenía una estructura similar a la humana, pero con características vegetativas e inmóvil por sus ataduras a la tierra. Gimió antes de abrir un par de flores similares a ojos y me consumió un escalofrió. Era justo a lo que temía. Una víctima del virus que extermino la población en el Caribe. Luego de unos minutos de escucharla me calmó su voz femenina sin una procedencia visible. Me aconsejó que enviara un mensaje de despedida a mi núcleo espacial. No era positivo que volviera. Ya estaba infectado. Llore como nunca. Por ignorante me había condenado a la mue

No soy tan pendeja (CONTENIDO EXPLÍCITO)

El teléfono comienza a sonar de repente interrumpiendo la música de mariachis que sale del tocador de discos de vinil. Ella camina entre las flores y las pinturas recién terminadas para llegar hasta  é l. —¿Qué quieres? —pregunta mientras intenta desenrollar inútilmente el cordón del teléfono. —¿Qué haces? Mi amor —contesta una voz masculina desde el otro lado de la línea. —¿Qué tú crees? —Suelta el cordón del teléfono y limpia la brocha que tiene en su otra mano en su delantal. —¿Pintando? —Sí —contesta ya harta de escuchar la voz de estúpido de su marido. —Te extraño… mi caramelo de chocolate. —¿No me extrañaste cuando te estabas revolcando con Cristina en el taller? Gordo cabrón —se queda quieta esperando la respuesta para seguir descargando el enojo. Escucha el eco de la música que ella tiene puesta a través del teléfono. Le da rabia el hecho de estar separada del, por tan solo un par de paredes. —Perdóname. Abre el portón del túnel. —No soy tan pendej